miércoles, 17 de septiembre de 2008

Despertar

Esta mañana me desperté angustiada
Sabiendo que ya no estabas a mi lado,
Que no me querías, me habías olvidado
Y yo para ti ya no era nada.

Cuando al fin estuve más calmada
Y hubo amainado algo mi llanto,
Comprendí que sólo estabas de paso
En mi vida, antes de ti, tan sosegada.

Sé que nunca quisiste hacerme daño.
Sé que fuiste sincero mientras me amabas.
Pero desde que te fuiste no hago caso

De la vida, de nada, de nadie, y no paro
De sentir en mis oídos tus palabras,
Aquellas últimas, clavadas como dardos.


Autora: Avelina Chinchilla Rodríguez

lunes, 1 de septiembre de 2008

La cara oculta (Parte 3 y última)

A la hora habitual sonó su radio despertador. Si, normalmente su estado al despertar, siempre era deplorable, el que presentaba en esa ocasión era absolutamente desolador. A causa de la borrachera había vomitado sin moverse de la butaca y se encontraba empapado en una repugnante mezcla de vómito y sudor. Tenía un insoportable dolor de cabeza, se sentía muy confuso y, de momento no recordaba nada de lo sucedido por la noche. Poco a poco fue volviendo en sí, las imágenes comenzaban a fluir lentamente, aunque por un momento creyó que todo era producto de su imaginación y que lo había soñado. Tardó todavía unos minutos en hacerse cargo de lo sucedido. En un primer momento, el malestar físico y la incomodidad por el estado de suciedad en que se encontraba fueron sus prioridades. Se duchó y volvió al salón limpiándolo y dejándolo todo en orden. Ya se sentía mejor, pero justo entonces, tuvo un sobresalto: todavía no había decidido lo que iba a hacer y ya era hora de tomar una decisión. Lo más sensato, sin duda, sería actuar como si nada hubiera pasado, e ir a trabajar con toda normalidad. De camino a su oficina, pararía en un contenedor, fuera de su barrio, y se desharía de la bolsa delatora. Además, así se encontraría lo mas lejos posible para cuando fuera descubierto el cadáver.
Aquel día, Luis guardó las apariencias como buenamente pudo, ya que en el fondo se sentía muy desasosegado. Aunque había pasado por una situación similar otras veces, en esta ocasión se daban circunstancias que la agravaban. Por un lado, era la primera vez que tenía la certeza de que había matado, y por otro, no se trataba de una prostituta , sino de su vecina. Una mujer asesinada brutalmente en su propia casa. Eso haría que la policía se tomara un mayor interés por resolver el crimen. Mientras su mente divagaba con pensamientos parecidos, iba transcurriendo lentamente la jornada. Luis sentía un extraño desdoblamiento, era a la vez el eficiente e incansable trabajador de siempre, y al mismo tiempo no paraba de dar vueltas a la situación, maquinando la mejor forma de salir bien parado de ella. Pensaba que lo mejor sería volver tarde a casa, de forma que, cuando llegase, ya se hubieran calmado los ánimos, y, en parte también, para evitar a sus vecinos en la medida de lo posible.
De esta forma se las ingenió para conseguir que un pequeño grupito saliera a tomar una copa con él, al terminar el trabajo. Como se suele decir, una cosa llevó a la otra, y cuando se retiraron era la una pasada. Luis estaba rendido, pero se sentía satisfecho, todo iba saliendo según lo previsto. Había derrochado alegría y buen humor, nadie en su sano juicio lo consideraría sospechoso de un crimen tan horrible, y se consideraba muy listo por haberse construido la coartada. Cuando alguien le diera la noticia, bien la misma policía o cualquier vecino se fingiría espantado y asunto concluido. Si encontraban sus huellas en casa de la mujer, hasta podía admitir que había ido a pedirle un poco de azúcar. Entre vecinos eso no tenía nada de particular. La solución era perfecta, y él un genio.
Transcurrieron tres días y todo estaba en calma. Sólo una escueta nota en la sección de sucesos del periódico local daba cuenta del suceso. Paradójicamente, Luis comenzaba a inquietarse. La seguridad y el aplomo que había mostrado al principio iban desapareciendo poco a poco dejando paso a una preocupación cada vez mayor. Por un lado, no le parecía normal que ningún vecino le hubiera comentado nada, y por otro, si la policía albergaba alguna sospecha ¿por qué no se ponía en contacto con él? Cada vez que sonaba el teléfono daba un respingo, pensando que era la policía que venía por él. Pero no, la policía no parecía saber que Luis existía. Y así, con esta zozobra continua, comenzó a discurrir otra vez su monótona vida. Los días transcurrían tensos, aunque tranquilos, pero las noches se convirtieron en un auténtico infierno. Luis tenía que atiborrarse de alcohol y pastillas para conseguir dormir, pero cuando lo conseguía solía ser presa de extrañas pesadillas. En ocasiones soñaba que cuando se agachaba para comprobar que la mujer estaba muerta, inesperadamente sacaba un cuchillo y se lo clavaba en el corazón, matándolo en el acto. Otras veces era la policía la que no paraba de acosarlo hasta hacerle confesar, y él no pudiendo afrontarlo, se arrojaba al vacío para evitar la cárcel y la vergüenza. Las variaciones en sus sueños eran infinitas y se despertaba de ellos aterrorizado, con un sudor frío cubriéndole todo el cuerpo y un sabor acre en la boca. Intentaba, después, mantenerse despierto a toda costa, pues sabía que si se dormía, el sueño invariablemente se repetiría, igual de angustioso que siempre. Solo cambiarían pequeños detalles.
Cuando pasaron varias semanas sin ninguna novedad, la angustia de Luis, comenzó a decrecer. Poco a poco sus noches fueron cobrando algo de tranquilidad y de vez en cuando transcurría alguna en que su sueño no se viera turbado por las habituales pesadillas, que cada vez iba sufriendo de forma mas espaciada. Llegó un momento en que las noches en que dormía tranquilamente y de un tirón, eran más frecuentes que aquellas otras en las que se veía aterrorizado por los malos sueños. Ahora, ya pensaba que podía ser verdad, que no tendría que pagar su crimen, se regodeaba en esta idea y comenzaba a olvidar lo terriblemente preocupado que había llegado a sentirse. No obstante, en algún momento bajo, volvían a asaltarle las dudas y pasaba un par de noches en que las pesadillas volvían con ánimo renovado y ligaras variaciones. Por ejemplo, Marta tenía un novio que sabía que él era el asesino y volvía para vengarse, o la propia Marta que en realidad no había muerto, o tal vez sí, pero que tenía la cara horrendamente desfigurada se tomaba la justicia por su mano. A veces, simplemente trataba de atemorizarlo mediante apariciones súbitas e inesperadas. Pero, una vez pasaban esas pequeñas crisis, ya volvía Luis a tener confianza en sí mismo.
Decidido o a volver as vida de antes, Luis se impuso un plazo. Si transcurridos seis meses del suceso nadie lo tenía por sospechosos, él haría lo posible por borrar de su vida cualquier rastro del mismo... Sería como si Marta nunca hubiera vivido en su edificio, como si nunca la hubiera conocido, como si nunca hubiera existido. Volvería a sus esporádicas escapadas nocturnas con prostitutas, que si sobrevivían no le delatarían y si morían a nadie preocupaban.
Por fin, un día expiró el plazo. Había pasado el periodo estipulado y Marta se había esfumado por completo. Ni siquiera las pesadillas nocturnas le atormentaban ya. Esa noche había quedado con unos compañeros de trabajo, pues era viernes, para ir a tomar unas copas. Los mas avispados habían intuido su crisis, pensando, los ingenuos, que la soltería, ya entrado en años, era lo que le pesaba. Algunos, con toda su buena intención, lo había invitado a casa por Navidad, ya que sabían que él carecía de familia. Otros, más atrevidos, le había presentado un sinfín de mujeres casaderas que la iban “como anillo al dedo”. En ocasiones habían insistido tanto, que no había tenido más remedio que invitar a la muchacha de turno, nada mas que para quitárselos de encima. Pero todos, hasta los mas pesimistas habían visto con agrado como con el pasar de los meses su humor mejoraba, y esa noche, accedía por primera vez en mucho tiempo a salir a divertirse con ellos.
Recorrieron todos los locales de copas que encontraron abiertos. Luis, en honor de su “redención” como decían en tono de sorna sus compañeros, pagó varias rondas. Criticaron a sus mujeres, se rieron con chistes picantes, se contaron con la mayor indiscreción todos los chismorreos de la oficina, y, ¿cómo no? Pusieron más verde que una hoja de perejil al imbécil de Alberto Cedillo, que para entonces ya había sido nombrado subdirector. Toda esa demostración de alegría, aunque en buena parte artificial y ficticia, había complacido sobremanera a Luis, que no se había sentido de tan buen humor desde hacía muchos meses.
Por fin, después de la última ronda, que también corrió a cargo de Luis, se despidieron. Eran las cinco de la mañana y no había ninguno en todo el grupo que pudiera caminar en línea recta. La juerga había sido de órdago. En un primer momento, Luis pensó en ir a por el coche, pero se daba cuenta de que estaba ebrio. Se dijo que sería una lástima estropear una noche tan divertida por una posible multa de tráfico, o peor aún, por un tonto accidente. Por eso se dio la vuelta, para volver al último local donde habían estado, con la intención de pedir un taxi. Pero Luis nunca volvió. Aterrado vio como un coche aparecía de repente y se abalanzaba sobre él. Murió en el acto, pero antes del impacto pudo ver el rostro de la conductora. Le pareció Marta. Pero, sin duda, eso fue la alucinación de un hombre que sabiéndose culpable se enfrenta cara a cara con la muerte.
El coche desapareció sin dejar rastro. No hubo testigos. El cuerpo fue encontrado por los basureros a las seis de la mañana, cuando iban de retirada. Fue identificado gracias a su documentación, pero por no tener familia, ni nadie que se hiciera cargo de su entierro, su cuerpo estuvo a punto de ir a parar a la facultad de Medicina para regocijo de los estudiantes, siendo rescatado “in extremis”por sus compañeros de oficina, quienes le homenajearon en su hora póstuma con un magnifico funeral y, además, pusieron una esquela en el periódico en su memoria. Sus compañeros lamentaron de veras la muerte de Luis, porque, en realidad este era muy apreciado en su oficina.
Cuando Laura leyó la esquela en el periódico se afectó mucho. No había sabido nada de él durante años, pues al separarse había cambiado de trabajo. ¡Qué mala suerte había tenido el pobre! Primero la vida tan solitaria que había llevado siempre, sin familia, y ahora la muerte le sorprendía de improviso en plena madurez. Recordó que había estado enamorado de ella y que había sufrido un duro golpe cuando Alberto y ella decidieron casarse. Aunque había tratado de ocultarlo a todo el mundo ella lo sabía con certeza, lo conocía bien. Mientras continuaba sorbiendo el café, al tiempo que ojeaba el periódico, y una lágrima furtiva resbalaba por su mejilla, Laura pensaba en cuanto mejor la hubiera ido si se hubiera casado con Luis. Él si que me quería, y además, era tan buena persona, se dijo entre suspiros...

Autora: avelina chinchilla Rodríguez